Comentario
Hombres de hierro habían aupado a Psamético desde el principado de Sais a la dominación del país. Así lo decían y creían los griegos" (Heródoto, 11, 147 ss.), refiriéndose a los mercenarios jonios y carios que, revestidos de corazas férreas, se habían convertido en excelentes tropas de élite. Ellos intensifican la presencia griega en Egipto, reciben sus pagas en tierras y ganados, al modo tradicional en el país, y se incorporan a éste como colonos.
Neco, el padre del fundador, era príncipe o general libio de Sais, hijo tal vez (aunque esto no se llegue a probar) de aquel Bócoris muerto en la hoguera por el etíope Shabaka. De ser esto cierto, se establecería un nexo familiar entre la XXIV y la XXVI Dinastías. Primero Neco y después Psamético lograron capear el temporal de la dominación asiria, y salir de ella airoso Psamético en 663. Probablemente es cierto que sus hombres de hierro, los mercenarios griegos, le dieron la fuerza necesaria para imponer su autoridad en el Bajo Egipto sobre las colonias militares libias. La presencia y el ascendiente de los griegos son manifiestos durante toda la época saítica y lo mismo la rivalidad entre ellos y los militares libios.
La ocupación de la Tebaida se produjo en los términos señalados por la ley. La esposa del dios reinante, Shepenupet II, hermana de Taharka, adoptó como sucesora a Nitocris, hija de Psamético; con el tiempo ésta adoptará a Anchnesneferibre, hija de Psamético II, y de este modo la Tebaida seguirá tranquila en manos de la dinastía hasta la conquista de Egipto por los persas (525). El artífice de este pacífico arreglo fue el conocido gobernador de la Tebaida, Mentemhet, tan fiel servidor antes de los etíopes como en adelante lo sería de Psamético I; pero su fama no se cimenta tanto en sus dotes diplomáticas como en la cantidad y calidad de los retratos que legó a la posteridad, dentro de todos los estilos posibles de su época.
Con sumo tacto y sin prisa -como si supiese que tenía por delante 54 años de reinado- llevó a cabo Psamético (663-609) la reforma que dotaba al país de una administración centralizada y pretendía restaurar el sistema del Imperio Antiguo. Hombres nuevos, sin tradiciones ancestrales ni raíces en sus lugares de origen, eran los peones del rey en la nueva administración. Casi toda la titulatura del Imperio Antiguo fue restablecida, su lenguaje, sus fórmulas, tuvieran o no sentido en la actualidad. Vista por fuera parecía una verdadera restauración.
Los agentes del faraón trabajaban a sus órdenes lo mismo en las oficinas del gobierno central que en las delegaciones de provincias. El arcaísmo triunfaba también en la administración. Era un espejismo. Los tiempos no estaban a favor del movimiento. Una sociedad profundamente dividida en clases y aferrada a su derecho consuetudinario desde la era de los Ramesidas no era terreno abonado para dejarse reformar; había demasiadas fuerzas en contra. El plan de crear un cuerpo de fuertes servidores del Estado, capaces de anteponer los intereses de éste a sus ambiciones personales, se reveló como inviable. La solicitud del sacerdote Peteese lo demuestra. El egoísmo de los funcionarios y de los sacerdotes tenía raíces demasiado profundas. Los reyes no iban a tener otra alternativa que recurrir una vez más al respaldo del ejército.
Los Saitas, con la excepción de Neco, que invirtió todos sus fondos en el fomento de la marina de guerra y del comercio exterior, construyeron mucho y fomentaron la ulterior helenización del país con la fundación de la primera polis griega en suelo egipcio, Naucratis, precursora de Alejandría.
Tras estas notas de historia general, vayamos a los monumentos de estos siglos, no tantos como quisiéramos porque si de Tanis tenemos pocos, de Sais no tenemos ninguno.